10.1.15

El Terror de las máquinas



Todo empezó cuando abrió aquel archivo torrent. ¿Por qué lo he hecho?

Elisa pasó aquella noche en vela sin una película con la que dormirse, intentando calcular cuánto le iba a costar la bromita de arreglar su viejo portátil. A la mañana siguiente algún alma cándida de su muro contestó a su pública petición de socorro, y le recomendó una empresa online de servicio técnico doméstico a distancia. Sus precios eran realistas para su ajustado presupuesto, así que no se molestó en buscar nada mejor. Al fin y al cabo, se decía para consolarse, era una herramienta de trabajo.

El técnico que le atendió por Skype le hizo la batería de preguntas ordinarias para gente básica, cosa que a Elisa no se gustó demasiado. El ordenador arrancaba perfectamente, pero al lanzar el navegador, la pantalla comenzaba a producir ruido en la pantalla, llenando su maravillosa y limpia interfaz de una mácula translúcida de píxeles locos y cambiantes. Era como si una peste carcomiera su paraíso digital y perfecto. Tras reconocer su inhabilidad para enfrentarse al problema, una vez que Elisa le mostró lo que pasaba en una pantalla compartida, la puso a la espera. Al instante la voz había cambiado, un experto de rango superior había venido a atender el problema personalmente.

El técnico le envió un instalador de TeamViewer y le dijo que lo ejecutara. 2 minutos después, Elisa notó que perdía el control del ratón y el teclado. Por Skype la voz del tipo, que era mucho más serio que el anterior, le advirtió de que iba a utilizar un software delicado para tratar el problema, el cual era extremadamente peligroso para los monitores. Le prohibió terminantemente que encendiera la pantalla, que debía utilizar el botón manual para apagarla del todo y no encenderla hasta que él se lo dijese.



Naturalmente, Elisa protestó enérgicamente contra este tipo de método, ¿qué clase de seguridad y garantía podía ofrecerle? El Técnico, que se presentó como Marcos, le dijo que en su ordenador había entrado un virus muy poco común cuyo objetivo era destruir el monitor corrompiendo el controlador de pantalla. La única forma de arreglarlo, decía, era de forma remota y con un monitor especial del que ella carecía.

Veinte minutos después, Elisa apagó la pantalla y se puso a hacer otras cosas esperando la llamada telefónica del técnico. Insistió en que la llamaría y así la convenció, pero le repitió incesantemente que no la encendiera hasta que eso sucediese. Recogió la mesa, ordenó sus papeles, garabateó algunos monigotes en solo cinco minutos. La necesidad virtual que se apoderaba de ella la estaba sorprendiendo, no había caído nunca en esa dependencia.

En ese momento, el ventilador del ordenador empezó a funcionar a toda velocidad, produciendo un ruido creciente y cambiante. Al principio mecánico, luego estridente. Empezó a gritar cerca de la pantalla esperando la respuesta del técnico, la respuesta fue un sonido cacofónico y entrecortado. El piloto de ON/OFF de sus altavoces integrados parpadea. De pronto no supo qué hacer, y sintió miedo e impotencia. La advertencia sobre encender la pantalla cada vez pesaba menos sobre sus miedos en ebullición. Aquel cúmulo de extrañas circunstancias en clave vírica era demasiado siniestro. Algo iba mal.

Se levantó y andó de un lado para otro frente a la máquina en trance, escuchando el murmullo de aquellos extraños sonidos por los altavoces entrecortados y con el ventilador silbando malicia de fondo. De pronto sintió terror, no sabía a qué, no entendía qué pasaba pero estaba aterrada. En un último impulso, toda la desesperación que le fue creciendo se transformó en un movimiento fatal e incontrolado de su brazo hacia el botón.

Y sólo entonces las dudas quedaron resueltas.

Lo que pudo ver no puedo yo describirlo en tan pocas líneas, pues todas las que sean pocas son. La pantalla de su ordenador se había convertido en un repulsivo pozo de defragmentación del todo, los píxeles epilépticos cambiaban 3 millones de veces por segundo y su resplandor parecía trasngredir la barrera de lo virtual. Cuando pudo apartar la vista de la pantalla, horrorizada, comprobó que la habitación donde estaba se defragmentaba en la misma masa translúcida de y pixelada. Se frotó los ojos, pensando que era un efecto óptico, pero cada vez parecía más real.

Se tiró de espaldas contra el sillón muerta de miedo y volvió a mirar la pantalla, a pesar de que el hecho de pensarlo siquiera le revolvía el estómago. Por la textura de la masa informe que emanaba de su pantalla cualquiera hubiera dicho que tenía masa, que era corpórea, y al mismo tiempo evidentemente digital. En medio del terror más subrehumano, un elemento real, una cara apareció en el ojo de la tormenta de ponzoña. Tenía la voz de Marcos, aunque muchísimo más deformada y entrecortada, cuando dijo:

¿Por qué lo has hecho?

¿Por qué lo he hecho? - Repitió.

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