9.8.10

El dios de las matemáticas

Tenía un tema genial para escribir. Esta noche iba a romper el silencio con alguna bomba soviética enterrada en las profundidades de mi cabeza. En mis pozos petrolíferos abandonados. En las reservas de oro y plata bajo toneladas de tierra aplastadas por pisadas y pisadas de peregrinos que creyeron llegar a la Meca, Santiago, Lourdes… pero que se sienten igual. Hoy más que nunca, la mierda cantante y danzante del mundo, el asesino del tiempo, el adicto al sexo en rehabilitación. Hoy más que nunca la rabia expresadas con las teclas de un Vaio.
Es muy improbable que no sigamos las probabilidades. Todo se basa en las probabilidades. Un verano ni corto ni largo con tantas cosas hechas y tantas por hacer dan fe. Era probable que después de jugar, tocar, besar, comer, fumar, reír y dormir llegara al siguiente escalón, el que siempre es el último escalón, el que lleva a la puerta que sólo toca la gente demasiado aburrida o demasiado valiente. Escribir. La única forma de decir cosas que piensas, que nuca dices y que nuca haces, pero que sabes que son verdad. La probabilidad, predecible probabilidad… hasta los que estudiamos latín sabemos hacer ese cálculo. La probabilidad me dice que esta no es mi vida, que no debo vivirla. El corazón me dice lo contrario. Puedo elegir, pero, como dicen en Bolonia, la cabeza pesa más que el corazón. El maldito dios de las matemáticas, con su ley de hierro me dice que terminaré siendo lo que soy. Bendito sea.
Tengo material pero escribo de forma automática y no puedo ordenar mis pensamientos. Era probable que eso pasara. He llegado al último escalón, al pegar a la puerta me he asomado para recibirme. Bendito dios del tabaco y el té, ¿Dónde estabas? Al pasar el umbral no hay nada, sólo vacío. Estoy en la cima del mundo y no hay luz ni sombra, sólo el marco de una puerta y una escalera que baja al otro lado. No hay vértigo porque no hay altura. Los escalones son muy estrechos, muy altos. La probabilidad de caer es muy alta. De todas formas no importa demasiado porque el caracol de la escalera se pierda en la negrura. Quizá debería tirarme, llegaría antes y al mismo sitio. Sonrío y pienso, demasiado fácil. Vamos matemático de los cojones, ven a comerme el rabo.

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