El logotipo, seguramente el responsable de la caída el iconicismo antiguo, ha perdido su personalidad. La inteligencia, el minimalismo, la ironía, la geometría y la comprensión, sobre todo la comprensión; todos ellos mataron al símbolo. Vivimos en una sociedad sin símbolos, rodeados de terribles impostores que se hacen pasar por sus antepasados. Putas.
Porque, ¿qué poder le queda al símbolo cuando pierde su abstracción? ¿Cuándo murió el escudo en favor del sello y el sello en favor de la tinta?¿Cuando dejamos de ver un dios en dos líneas, cuando dejamos de sentir terror por un águila?
Antes de que los logos fueran palabras vacías, los símbolos eran realidades concentradas. Y ¿cómo, ciertamente, se puede completar un proceso semasiológico en días, semanas o meses?¿Cómo, si se trata de un proceso de generaciones?
Nosotros, herederos de una simbología exquisita, compleja y poderosa, decidimos que era más sencillo el camino más corto y olvidamos, ¡ay de nosotros! que hay cosas que trascienden más allá de lo material, de lo personal, de lo social y de la propia vida.
No hay horca suficientemente alta para colgar al Carpe Diem.