30.10.10

viernes

Jack camina. No se dirige a ningún lugar, no tiene destino, simplemente camina. Sus piernas avanzan por él, pues ya no las logra sentir.

Sabía que el alcohol no le iba a ayudar a dejar de pensar, pero él tampoco lo quería. Únicamente ansiaba beber y expulsar por aquellos asquerosos labios hasta la primera leche materna que mamó de las flácidas tetas de su madre, deseaba fumar hasta que sus pulmones ardieran y se convirtiesen en piedras de alquitrán con las que pudiesen asfaltar cualquier avenida. Y camina.

Tres horas y cuarto estuvo en aquel bar. Sin cruzar mirada con nadie, sin mantener conversación alguna, solos él y las cervezas, que nunca faltase una cerveza.

Su cerebro estalla y mancha las paredes de su cráneo con vísceras y sangre. Tiene frío, hambre e ira, y no puede evitar desahogarse con un árbol, lo que hace que sus nudillos sangren, pero le da algo de calor.

Ideas, recuerdos, sensaciones sin sentido, y no deja de dar vueltas a la misma manzana. En una esquina suena, colgado en un balcón, una especie de atrapasueños de cristal. Se supone que es dulce, pero ¿cómo puede ser dulce algo sin sentido? Un beso en la estación del tren, una caricia en la cama, una carta en el extranjero... Eso sí es dulce, no un puto trozo de madera con unas barras de cristal colgando.

Se sienta, perdido en ningún lugar, y se enciende un cigarrillo. Quiere dormir, pero esta noche por sus venas correrá el fuego de un mechero y sus pies notarán el helado suelo de invierno cuando desgaste las suelas por fin.

No se siente bien, pero es lo que desea ahora.

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