24.10.11

Metieta

La miró a los ojos y le dijo "Comprenderás que no pueda quedarme". Todo iba según el plan, hasta que ella decidió sujetarle la mirada en lugar de huir de ella. Y lo miró, lo miró con humildad pero con coraje, con decepción y esperanza, con miedo, con inocencia. Y fue entonces cuando aquellos pequeños ojos oscuros lo destruyeron todo. Por un segundo renunció a todo lo demás que no fuera, de nuevo, yacer con ella sobre la fértil tierra, y su mente recreó la escena en un segundo. Y por un segundo la amó desesperadamente. Durante un segundo, el enorme, el todopoderoso, habría muerto por el brillo de aquellos ojos mortales.
Pero el tiempo, que todo devora, no perdona ni se detiene, y cuando el segundo pasó, murió el amor a manos de la sensatez. Con sutil lengua se acercó a ella, maravillosa, y le dijo: "¿Por qué me miras de esa forma?" Sonrió, y ella apartó la mirada, triste. La sujetó por los pequeños y estrecho hombros, y fue al tacto de su piel que salieron las palabras más hermosas jamás pronunciadas:
"Para los inmortales el tiempo es algo extraño, más que para vosotros. No podemos morir, pero, ¿no es morir en vida no poder hacer cosas nuevas? Ya no podemos ver el mar por primera vez, ni degustar el vino. No podemos amar a nuestras esposas porque llevamos una eternidad con ellas, y nos castigan si buscamos amor fuera. No podemos crecer con los demás, porque somos como estatuas que llevan aquí desde los albores y a las que ya nada puede fascinarles. La jaula de los dioses es amplia, si, pero no deja de ser una prisión que conocemos a la perfección, de la que no podemos salir, y por la que pasan los inmortales como pequeñas hormigas. Os contemplamos y os envidiamos, nos creemos dueños de vuestras vidas y nos rendís homenaje, pero en realidad debería de ser al revés. Porque la vida merece la pena cuando las cosas pueden ir mal, cuando hay un principio y existe un final."

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