Pero el tiempo, que todo devora, no perdona ni se detiene, y cuando el segundo pasó, murió el amor a manos de la sensatez. Con sutil lengua se acercó a ella, maravillosa, y le dijo: "¿Por qué me miras de esa forma?" Sonrió, y ella apartó la mirada, triste. La sujetó por los pequeños y estrecho hombros, y fue al tacto de su piel que salieron las palabras más hermosas jamás pronunciadas:
"Para los inmortales el tiempo es algo extraño, más que para vosotros. No podemos morir, pero, ¿no es morir en vida no poder hacer cosas nuevas? Ya no podemos ver el mar por primera vez, ni degustar el vino. No podemos amar a nuestras esposas porque llevamos una eternidad con ellas, y nos castigan si buscamos amor fuera. No podemos crecer con los demás, porque somos como estatuas que llevan aquí desde los albores y a las que ya nada puede fascinarles. La jaula de los dioses es amplia, si, pero no deja de ser una prisión que conocemos a la perfección, de la que no podemos salir, y por la que pasan los inmortales como pequeñas hormigas. Os contemplamos y os envidiamos, nos creemos dueños de vuestras vidas y nos rendís homenaje, pero en realidad debería de ser al revés. Porque la vida merece la pena cuando las cosas pueden ir mal, cuando hay un principio y existe un final."
No hay comentarios:
Publicar un comentario