5.3.12

Mujeres IV



El bar en sí era una concentración de sudor, música y humo. El dueño ya había cerrado para los amigos y podíamos fumar tranquilos. Yo, en la barra, le di un trago a mi cerveza mientras escuchaba a Motörhead cada vez más bajo para que no se quejaran los vecinos y observaba a Nick, en una esquina apartada del ruido, dándole unas lecciones básicas de guitarra a una erasmus polaca. Página 67 del manual del bohemio. 


Al girarme la reconocí. Tendría treinta y pocos, la elegancia de una gruppie de Leño y podría tumbarme bebiendo. La invité a una cerveza y estuvimos charlando. Me contó que era del norte, seguidora del Barça y tenía un hijo que entraba en la dura época de la adolescencia. Sentía con sus palabras el dolor de una madre que ve cómo su hijo se va alejando de las esplendorosas tetas que le dieron de comer y siente que se están marchitando. 


Nos animamos, seguimos bebiendo y charlando. Se levantó a bailar y, en una mirada fugaz, pude ver la sonrisa del diablo. Acepté el pacto y en media hora estábamos en su casa. 


Tras sentarme en el sofá me ofreció una copa, whisky por favor.


- ¿No eres demasiado joven para beber whisky? Los de tu edad beben ron, todavía se creen piratas.


- Bueno, digamos que he naufragado, la calavera de mi bandera ahora se ahoga en una falsa imitación de Jack Daniel's.


- ¿Y cuál era el objetivo de tal navío?


- La isla oculta de la felicidad, el éxito de una estrella de rock, el respeto de un ingeniero, la rudeza de un mecánico, la sabiduría de un filósofo. Tuvo muchos objetivos, y nunca llegaba a puerto, siempre divagaba hacia dónde ir. Y, obviamente, si siempre se está a la mar, alguna tormenta te absorbe y lanza a la tierra desconocida y atrayente de esta habitación.


- Bueno, quizá pueda enseñarte el camino de vuelta, o también podría ser la sirena que te atrapa en el mar.


- Quizá yo fuese Ulises.


Cada beso me embriagaba más, cada mordisco tenía otro en respuesta, o quizá un sensual arañazo que era un lingotazo de gasolina al fuego que me consumía por dentro. Era triste, era carnal, era hermoso. Era milagro y pecado. Le estaba pidiendo perdón a todas las madres, con mi polla. Y no, yo no era Ulises, aunque creo que él habría actuado igual.

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