Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha tratado de apropiarse de todo cuanto estuviera a su alcance. Al principio, afán de propiedad sobre la tierra. Actualmente, afán de conceptuar todo nuestro entorno. Cuando ponemos nombre a las cosas, en cierta medida, estamos apropiándonos de ellas, las hacemos nuestras. Incluso le ponemos nombre a lo que sentimos: amor, odio, cariño, asco…
La etiqueta más usada en Noventa Trastos es “tristeza”. Propongo que dejemos de lado la propiedad sobre nuestros sentimientos y que hagamos de ellos algo colectivo y común. Propongo que no le llamemos “tristeza”, sino “felicidad invertida”.
Que conste que digo “propongo” y no “vamos”. No quiero apropiarme de esta idea.
¿Qué pensais?
Interesante reflexión, pero yo creo que el hecho de llamar felicidad invertida a la tristeza es una pirueta del lenguaje, es como lo que tu dices que el hombre le pone nombre a las cosas, pero más rebuscado aún. No sé, el lenguaje es un instrumento de colonización de nuestro entorno, cierto, pero cada uno lo usa como le da la gana, y eso me gusta
ResponderEliminarclaro! se trata de poner el nombre que queramos en el momento que queramos a todo lo que sentimos, aunque sea distintos del nombre anterior. ¿Pero por que llamarlo siempre tristeza? ¿ a quien se le ocrrio?
ResponderEliminarsiempre llamamos tristeza a determinado malestar...pero joder, ese es el nombre que le puso otro! no yo...
ResponderEliminarpor esa regla de tres la alegría sería tristeza invertida, no?
ResponderEliminarlas etiquetas están sobrevaloradas