En el aeropuerto, maleta en mano, los pasajeros esperaban impacientes a que el circo de los controladores aéreos terminara su función. Se fundieron todos en un abrazo y se dijeron hasta mañana. El anochecer se fundió con el amanecer y más tarde con el atardecer y así sucesivamente. Todos querían salir de aquel aeropuerto, que se situaba flotando a unos centimentros por encima de la tierra; de esa tierra que llaman París.
A la vuelta en España, pensaron, pondremos todos unas cuantas hojas de reclamaciones; Rodarán cabezas...
La vuelta de Disneylandia se hizo eterna.
Segundo acto:
Ya toca salir del Hotel rumbo al aeropuerto. Hace un viento frío y esta noche no ha parado de nevar. Si todo sale bien, cojemos el tren de las 6'30 y estamos en el aeropuerto a las 8. Dos horas antes de que salga el avión...
Antes de que pienses nada, este papel escrito, estas manchas de café en los dientes y en las hojas de este diario, deja testimonio de todo lo que pasó.
Todo lo que pasó no fue más que aviones sin despegar, controladores descontrolados, nieve en cantidades industriales y líquido anticongelante atascado en las fábricas sin distribuirse a los aeropuertos.
Todo lo que pasó fue que nunca cogieron ese avión. Nunca pudieron volar...
Me gusta más el primer acto, aunque el final del segundo también es bastante poético. Breve, pero intenso. Me gusta
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