11.4.11

Sueño y desarraigo


(es un sueño que realmente tuve... y ¿su interpretación?)

Estoy en un autobús. Vuelvo por la tarde de la facultad. Casi de noche, después de clase, a casa. Está lleno de gente, llenísimo. Como siempre, atestado de estudiantes, de personas sin rostro. Gente que no me importa absolutamente nada y a los que les importo tanto como el último referéndum que se hizo en Islandia. Nada. Hay un chico alto con auriculares que se agarra a la barra de metal paralela al techo. Y al suelo. No conozco a nadie. Hay una chica asiática, japonesa diría yo. Ella es la única que me importa, con su pelo largo y liso. Negro. Pelo japonés y ropa blanca. Me importa porque es extraña. ¿Siniestra? Pero tampoco me importa demasiado.
            Casi sin espacio en el autobús me entretengo viendo una película. Tengo como una especie de reproductor que proyecta en una pared del autobús una pantalla pequeña que solo yo puedo ver. Una pantalla de esas que nos suenan a ciencia ficción. Como el chico de los cascos: sólo él escucha la música.
            Estoy en el autobús número veinte, como todos los días. Ahora me bajo en una parada, pero no es la mía. Quiero volver a mi casa y esa no es mi parada. Pero me guía una intuición enorme. La chica japonesa también se baja y se diluye como algo etéreo entre la multitud de estudiantes sin rostro. De repente todo es inquietante y la japonesa ha sacado una pistola. Bang, bang. Dos tiros en la nuca de un chico. Quizá sea el de los cascos. La japonesa lo ha matado y se va corriendo. De repente ya no hay nadie. El autobús se ha ido y la gente ha desaparecido. Ni rostros, ni estudiantes, ni sangre.
            No tengo miedo y no me siento sola. Es una situación inquietante, siniestra, extraña. Yo solo quiero volver a casa y me arrepiento de haberme bajado en una parada que no era la mía. Siempre mi intuición.
            Ya no es el número veinte, ahora es el quince. Busco una parada. Estoy en una zona periférica de la ciudad. Es como una mezcla de diferentes sitios de Málaga y a la vez de un lugar imaginado. No hay nadie en la calle para preguntar dónde está la parada del quince.
            Al final acabo andando y subiendo por una estructura de hierro vieja. ¿Un depósito de agua abandonada? Estoy llegando a la parada, o eso creo.
            Y despierto, y no he vuelto a casa. Sola, completamente sola en un lugar que no comprendo. Y despierto, y el sueño no me hace sentir triste, ni tener miedo. El sueño me gusta.

            Desarraigo. Esa es la palabra. Como un pájaro en un poste de luz. Como metida en un autobús que no me lleva a ninguna parte rodeada de gente que no me importa. Ni siquiera me molestan. Sola, pero sin sentir soledad. Perdida, pero sin desesperar. Un sueño que interpretar. No aparece nadie a quien conozco. No aparece nadie a quien quiera. Solo me llama la atención una asesina que huye. Y no sé lo que representa. ¿Mis miedos?

            No tengo raíces. O mis raíces están desgastadas. No hay totem, ni ethos, ni visión del mundo. Lo que pienso me afecta en lo que siento. En lo que sueño. Pero lo que pienso es el resultado de cómo me afectan las cosas. ¿Dónde está mi origen? ¿Es que el origen es importante? ¿Importa mi nombre, mi identidad? Mi madre me puso Laura por una canción. Mi identidad es mi nombre. ¿Sería alguien si no existiese aquella canción?
            Desarraigada. Soy un árbol arrancado y transplantado en mitad del asfalto. Para hacer parecer viva una ciudad de cadáveres.
            ¿Es importante creer en algo? Creo en que es importante sentir. ¡Oh! Mi grandísima paradoja: darme cuenta del exceso de raciocinio mediante la reflexión. ¿Qué quiero entonces? Bla, bla, bla. Y tal.

2 comentarios:

  1. Interesante... enrevesado pero interesante, me quedo con el penúltimo párrafo.

    ResponderEliminar
  2. mmm, me gusta... estoy de acuerdo, ya te lo he dicho, estamos alienados de todo el teatrillo este que nos quieren imponer.

    ResponderEliminar