25.12.11

La fe como principio motriz

La mayoría de la gente asocia la fe a connotaciones religiosas, insensatos. ¿Qué es la fe? La fe, a mi entender, es creer en una posibilidad remota, una posibilidad inalcanzable. Si amigos, la fe tiene mucho que ver, por ejemplo, con el mundo de los sueños, y son los sueños los que mueven nuestra vida. Soñamos con coches, actrices, modelos, soñamos con una vida estable muy lejos de nuestra situación y soñamos con una vida en libertad en la isla de LOST.
No hablo de esperanza. Esperamos que nos llamen para trabajar cuando hecho entregado un currículum, que  aprobemos asignaturas que hemos preparado. La esperanza tiene una dimensión que conocemos, que la hace más cercana. Pero hasta los más radicales que se ríen de la fe en dios de un creyente creen en una revolución, en un cambio del mundo, en un objetivo inalcanzable.
¿Qué hay de la fe en el amor?¿No es tanta fe como cualquier otra la fe en el enamorarse para un adolescente que no lo conoce? Yo tengo fe en la bondad del hombre, en los sueños que se persiguen. Imaginad por un momento que os toca la lotería. El propio hecho de comprar un décimo implica un acto de fe: no sabemos muy bien por qué lo compramos, sabemos perfectamente que no nos va a tocar, hasta puede que nos sintamos ridículos participando en semejante trampa. Pero lo hacemos. Y, aunque implique un acto tremendo de imaginación, trasladad esa situación a la fe de un católico, por ejemplo, con la diferencia de que él ve la obra de un dios en todas las cosas, un dios del que no se tiene certeza. Extrapolad la situación de que os ha tocado la lotería a la caridad de gente que va a comedores benéficos, o a gente que recoge ropa para los que no tienen, o a gente que ayuda a un padre de familia en paro a regalarle un juguete a sus hijos porque no tiene como comprarlo. Ciertamente, esas situaciones nos rodean y son muchos más habituales que el hecho de que nos toque la lotería, o que la chica de nuestros sueños nos pida salir.
Y si el placer es lo que mueve el mundo, ¿no es más placentero vivir experimentando un placer enorme casi a diario que vivir negandolo? La respuesta no es tan obvia: no se puede vivir sin fe. Porque no somos máquinas por más que tratemos de hacer de nuestra vida una rutina. Porque no podemos librarnos de nuestro subconsciente y su constante segregación de deseos. Porque el cumplimiento de la esperanza es solo un trámite hacia algo mayor. Porque los objetivos inalcanzables son los que de verdad nos mueven a seguir viviendo.


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