29.1.14

Principio de combustión de Ludd



Una manos agrietadas por la edad y el trabajo sujetaban con fuerza aquella pala bajo una lluvia naciente. El tacto de la madera se confundía con el de los callos de sus manos. Mirara donde mirara se veía reflejado, como rodeado por cientos de partes de un ser mayor, una bestia. Las caras esculpidas en pizarra negra, frágil al golpe seco pero resistente a cualquier tipo de presión, poseían un semblante terrorífico alumbradas por la tenue bombilla de una farola. Pobre bombilla de la farola, que intentas alumbrar como un sol a planetas infinitos.

Y en frente, la muralla. Seres como de otro planeta, pero con su misma carne mortal, se cubrían su cuerpo con armaduras blandas, flexibles para correr en un cobarde intento de contrariar las leyes del caos. "Haced paso vosotros, porque los perros no han de morir. El único amor que mi corazón os guarda es la esperanza de que efectivamente perros seáis cuando corte las manos que os dan de comer y tengáis que arañar mi puerta suplicantes." Pensó. Ahora solo la compasión los mueve.

Un grito largo y feroz partió en dos el océano de silencio en el que todos aguardábamos expectantes. En su lejano eco pude distinguir tres palabras HIJOS DE PUTA.

Tal y como estaba planeado, un ruido de fondo crecía en decibelios con la velocidad del fuego sobre la pólvora. Se expandía como una onda, como un stop-motion de una gota cayendo en un estanque de nitroglicerina. Lo que nadie esperaba, al menos tan pronto, fue el movimiento que trajo consigo. Ay, anónima garganta, cuánto has hecho por la humanidad. Cuando el grito llegó a primera fila grité como mis hermanos y como el sonido que sigue al rayo, una fuerza brutal me empujó hacia delante con tanta violencia que cerca estuve de caer.

Pero lo bueno de este tipo de fuerza es que protege al mismo tiempo que ataca y una mano firme me agarró por la espalda, y de la caída hicimos la carga. Antes de llegar siquiera cerca de la muralla, ésta se empezó a descomponer, tal vez por el miedo. Porque el miedo cambió de bando desde el momento en que iluminamos sus pálidos rostros con el fuego de cientos de botellas en llamas. Perros metálicos aterrados doblemente ante nuestra fuerza de combustión.

Poco más recuerdo de aquella noche de fuego, lluvia y libertad.



Capitán Ludd

No hay comentarios:

Publicar un comentario