A
aquellos novatos de peritos
Les
conocí una mañana de primavera
yo
de rojo en un stand de información,
ellos
de un negro más bien marrón.
Buen
rollo, cervecitas y un par de charlas,
fue
lo único necesario
para
que me invitaran a su hogar,
me
dieran de beber y fumar
y
me presentaran a su familia.
Viejos,
jóvenes,
padres,
hijos y abuelos,
todos
sonrientes, con una caña en la mano y
con
su instrumento en la otra,
afinando
cuerdas y voz,
entonando
perfidias de amores perdidos,
pasodobles
para las viejas bailongas en feria,
odas
a las helechas y los mocanales canarios
que
erizaban los pelos de la nuca
a
todas las putas butacas del teatro.
Y
prepararse todos,
un
equipo de genios borrachos
con
pieles de grillo, un parche, soplas y cuerdas,
para
gritar,
bañados
por una luna cómplice de nuestra farsa,
ansias
disfrazadas en dulces melodías
bajo
balcones deseosos de experimentar
los
rumores que habían llegado a sus oídos.
Atrás
quedan veladas
de
canciones y alegrías especiadas por alcohol,
especializadas
en miradas fugaces,
bailes
desafiantes,
roces
ocultos al resto de ojos de la sala que conducen hacia la cocina,
el
baño, la terraza...
Los
pisos abarrotados de gente feliz,
de
coqueteos, guiños, charlas filosóficas, clases musicales,
asaltos
a la nevera, misiones novatiles, vecinos que se quejan,
policías
pegando a la puerta, cuerdas rotas,
humor,
sudor, sonrisas...
Que
en la madrugada albergaban
el
refugio de los sofás en que los sueños carnales
se
cumplían en forma de cuerpos disfrutando de la miel,
de
gemidos inocentes rompiendo el silencio de la noche,
de
humedades y el calor de sus propias pieles
o
quizá el terciopelo negro.
Atrás
queda ver una fuente a lo lejos
con
la alegría de un niño,
y
desnudarte y correr delante de da igual quién mire,
y
saltar y nadar y gritar y cantar y chapotear
dentro
de este oasis de la eterna juventud
en
el que entran los aprendices
para
salir nombrados caballeros.
Camada
de lazarillos duques de la picaresca,
aquellos
que dieron el golpe de estado novatil
y
huyeron en la noche por las carreteras comarcales
buscando
la música en sus corazones y la marihuana barata,
los
que volvieron desnudos en el coche acompañados por
dos
pares de jóvenes y firmes tetas
que
saltaban juguetonas en cada bache de la vieja calzada.
Esos
que bajo la luz del lorenzo a mediodía
agitaban
sus guitarras en mitad de la nada
con
un cartel que decía “A Valencia”,
que
fueron acogidos en una furgoneta
y
fumaron y bebieron hasta su destino,
los
que saltaron murallas para zambullirse en pelotas,
entre
tuberías y barro,
para
cazar un pato con sus manos
y
vieron su miembro amenazado por el pico de un cisne.
Los
que conquistaron pumas,
y
zonas de parche,
los
que fueron embestidos por detrás en Alemania,
los
que vieron brujas de negros trajes o sillones de espagueti o adoraban
la alfombra del motel,
los
que toreaban coches en Mojácar
o
fueron presa de voyeurs de manos largas,
los
que yacieron en el suelo de un gimnasio o en parques o al raso
con
fuerzas aún para una penúltima.
Y
me siento como aquél al que invadían las lágrimas en su sillón
recordando
éstas y otras tantas miles de imágenes de ayer,
a
todos aquellos que llevaban el fuego en los dedos
a
los que nos quedamos atrás
y
a los que siguen,
pues
no pudimos ser sino santos
con
el santo grial eternamente lleno.
Santo
Machu
Santo
Zape
Santo
Lennon
Santo
Soplas
Santo
Caballa
Santo
Garrapata
Santo
Búho
Santo
Kinder
Santo
Gambrinus
Santo
Lefa, Zorra, Rondas y Coqui.
Santos
todos ellos
y
ninguno más,
santos
todos ellos y sus poyas
y
pecadores también.
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