17.10.09

LOS TRES MOSQUETEROS: Jason, Kevin y el perro.

Esto es un pequeño fragmento de mi vida, una anecdota más perdida entre páginas...espero que os guste.

Yo me pasaba las horas en la calle. Tenía hora de llegada…pero si llegaba tarde tampoco es que se dieran demasiada cuenta, aunque procuraba llegar siempre antes de las 8 y media. Eso parece muy temprano, pero hacedme caso, a un chico de 10 años no se le había perdido nada en la calle después de las 8 y medía, o más le valía que no…En Inglaterra oscurecía sobre las 5 y medía o las 5…las calles de Snt Pauls a oscuras no eran demasiado agradables.

El caso, que era la gloría, hacía lo que quería y cuando quería (siempre y cuando no se metía el dinero de por medio, ya que nunca tenía ni un duro).

Al llegar a Inglaterra, mi madre conocía a una prostituta alemana, tenía un hijo sordo. Un día fuimos a su casa. El muchacho se llamaba Kevin y mediante signos y gestos me invitó a su cuarto a jugar a la consola…la eterna consola. Nos llevamos bien desde el primer día. No tardé mucho en aprender el lenguaje o lengua de los no oyentes, aunque ahora se me haya olvidado todo, bueno, todo menos madre y padre y alguna que otra palabreja suelta. El chaval tenía un perro, se llamaba Lola. Cuando él la llamaba sonaba algo como Ululul…yo me partía de la risa. Su mayor temor al levantarse cada mañana era encontrar a su madre muerta, ahogada en un bol de cereales, ella, al igual que mi madre, era heroinómana. Gouch out, así se llama al estado de somnolencia que te entra tras consumir heroína. Una vez, Kevin entró en la cocina y encontró a su madre Gouching out en un bol de sopa…Kevin la salvó de milagro.

Nos pasábamos las tardes en los parques, paseando a su perro o con la bici… era la más pura libertad. No lo cambiaría por nada del mundo…

El tercer mosquetero se llamaba Jason Bater. Se convirtió en lo más cercano que he tenido a un hermano. Su madre, durante los primeros meses, era quien le vendía la mercancía a mis padres. El primer día que lo conocí fue en una transacción de estas. Él me vio, se acercó a mí y me preguntó si era gay. Yo no sabía lo que significaba eso, ni siquiera sabía que dos hombres se podían enamorar, ni siquiera sabía qué era el amor. Le dije que no lo sabía. El se tronchó de risa en mi cara y yo me limité a mirarlo con curiosidad, esperando a que me dijera lo que significaba aquella nueva palabra. Al fin me dijo: - Si te follas a los tíos. Yo le puse cara rara, le dije que no, que no era gay y que no me follaba a ningún tío, ni a nada ni nadie… Eso pareció tranquilizarle, desde entonces fuimos como uña y carne.

Los tres jugábamos al fútbol, cada día íbamos al parque a encontrarnos con nuevos contrincantes con quien jugar. Yo era portero, Jason era medio centro y Kevin delantero centro. La táctica era la siguiente. Yo paraba todo balón que se acercara a menos de 5 metros de nuestra portería, se la pasaba a Jasón, éste salía pitando con el balón entre los pies mientras que Kevin corría delante de él (el cabrón era más rápido que un galgo), Jason le pasaba el balón y Kevin chutaba un pepinazo a la portería contrincante. Éramos imbatibles.

Y así pasaban mis días, entre yonkis, putas, mendigos, rateros y estos dos peculiares seres que surgieron de la nada y se convirtieron en mis compañeros de vida, aquellos con los que compartiría mis miedos (no todos ellos, pero buena parte), mis alegrías y nuestro escaso dinero, aunque Jason era el que siempre llevaba más que ninguno…y yo era el que menos.

Pero lo que más placer me causaba era, como siempre ha sido: La comida. A unos cuantos portales de la casa de Jason había una tienda (Fish n´chip shop), en ella vendían patatas fritas y pescado, además de unas salchichas empanadas o huevos en vinagreta, o cebollas en vinagreta, o pepinillos o… ¡Dios! ¡Qué recuerdos! También vendían una salsa de Curry, que valía 60 peniques. En total me costaba un papel de periódico repleto de patatas y una tarrina de salsa de Curry, 1.80 libras. Me quedaban 20 peniques para…no sé, más me valía tirarlos por el desagüe, pero bueno, nunca lo hice porque lo que hacía con ellas era comprar Fuzz, que viene a ser algo parecido a esa golosina que te metes en la boca y empieza a traquetear y a emitir ruidos explosivos (pop, fizzz, pop, pop). Se llama pica-pica, o eso creo.
A veces, al ver mi cara de hambre y pena, Jason me compraba una salchicha empanada. Nos íbamos a su casa y pasábamos la tarde allí, jugando a la consola y con la barriga llena de comida. Esas tardes era el niño más feliz del planeta. Patatas, salsa, salchichas y consolas…

Como mencioné antes, mi casa estaba vigilada por la policía, una noche hicimos las maletas y nos volvimos a España. No se lo pude decir a nadie porque mi padre debía dinero a Steve (el del Crack) y si éste se enteraba, adiós papá. Nunca me despedí de Jason ni de Kevin, un día estábamos jugando al fútbol y al otro estaba en un avión con destino a España. Los tres mosqueteros se quedaron sin un miembro, aunque pienso que no por mucho tiempo. El perro de Kevin sería un buen sustituto, tendría la misma hambre que yo y seguramente sabría poner la misma cara de lastima…

2 comentarios:

  1. simplemente sensacional!!!
    muy muy muy bueno, el mejor que tienes chaval!

    ResponderEliminar
  2. Somos lo que somos gracias a todo lo que hemos vivido, cualquier pequeña cosa que no nos hubiera sucedido habría hecho que ahora no fuésemos lo que ahora somos, incluso los momentos que quisiéramos borrar de nuestra memoria o que, a veces, deseemos que hubiesen sido diferentes...

    ResponderEliminar