30.10.10

La madre de la bestia

Ya no podía ni salir a la calle. Las miradas se la comían. Veía ojos en los cristales de los escaparates, en la vitrinas, en las botellas del supermercado, en el retrovisor del coche... eso cuando no eran ojos de verdad los que la miraban. Ojos rencorosos de un crimen nunca cometido, de una culpa ajena, pero a la vez muy suya. La mama de Adolf Hitler amó con toda su alma a su pequeño durante toda su vida.

Atrincherada en la frialdad glacial de su apartamento, echaba raíces en el sofá de sky y en la cama de colchón con muelles. Su comida sabía a ceniza, el tabaco ya no la relajaba, su marido y su hija la ignoraban. No tanto por odio, como por estar en el mismo estado pétreo que ella misma. Al fondo del pasillo una puerta cerrada, para siempre. Hasta que muera y su hija venda el piso y el agente inmobiliario la abra para enseñar las vistas de la casa. Hasta que haya una guerra en el país, o una revolución, y un grupo de fanáticos se establezcan en el edificio para sus operaciones miliares. Hasta que una nueva autopista se planee sobre el solar y tengan que echar abajo todo. Hasta entonces la puerta estará cerrada. La puerta a otro mundo. La puerta de la muerte.

Odia los espejos y los rompe. El humo del tabaco amarillea la pared y los muebles. No quiere un LCD así que sigue con la misma televisión en color pero sin mando a distancia. Ya no limpia, ya no cocina, sólo se consume. Nadie entrará por la puerta de esa casa nunca más. La casa del dolor. La casa de la autodestrucción. La casa maldita.

En la tele vuelve a salir el reportaje de su hijo, de su único hijo. La mamá de Ben Laden seguro que aún le quiere. Imágenes de camillas y bomberos. Un cuerpo debajo de una manta térmica. Una mujer gritando, ella misma, más gorda, con más pelo y más rubio, con la piel menos gris. Multitudes, gente del barrio. A decir verdad, nunca hubo tanta gente en el barrio como en aquel día. Todos conmocionados. Un día eres un estudiante que madruga a duras penas para ir a la facultad y al día siguiente vienes cansado de una clase por la tarde cuando el cable del ascensor se parte en la planta 8 sumiéndote en el vacío alumbrado por unas luces amarillentas y lucecitas rojas de los botones del ascensor. Tu ataúd del futuro, tu billete de ida.

La mamá de Musolini estaba orgullosa de él. Pero el reportaje sigue. Ruedas de prensa, policía científica. El chico llevaba 3 kg de cocaína pura en la mochila. Más imágenes. Registros policiales, interrogaciones, indignación pública. Una mesa con las pruebas. 50 kg de cocaína, 30 de hachís, dos botes de Colacao llenos de anfetaminas y una bolsa de basura llena de marihuana. Más imágenes. Entrevistas en la calle, en la facultad, en el colegio de tu hija, en el trajo de tu marido.

Programas de tertulia matutina. El representante del distrito hablando de ti, de tu hijo y de cómo has dejado que se convierta en un monstruo destroza vidas. Habla sobre una persona que se abandona y abandona a los suyos y que miente a sus amigos cuando ellos la apoyan. Habla de que se siente engañado, de que a nadie la gusta llorar por un camello que podría vender droga a los niños. Habla de procesarte, de quitarte a tu hija. Habla de cárcel y de la debilidad del sistema jurídico. Habla de los político pero sobre todo habla de tí. El monstruo que parió a la bestia, que no lo mató a tiempo.

La mamá de Stalin no sabía a quién estaba trayendo al mundo. Sabía que lo quería. Y hubiera sabido que su hijo iba a ser uno de los mayores carniceros de la historia, ¿sabes qué? lo habría querido exactamente igual.

2 comentarios: