2.5.11

El concilio

El aire era denso en aquel salón de ceremonias. Iluminado por cientos de velas sobre una larga mesa y el fuego de la chimenea todo tenía un tono amarillento, y las sombras que se dibujaban contra la luz eran efímeras, porque bailaban con las lenguas de fuego que nacían de las velas, y no estaban quietas.

De espaldas a la chimenea estaba sentada una figura sumida en la sombra del alto respaldo de un sillón de orejas. Los dedos tamborileaban rápidamente, y aunque no se podía ver, en su cara había un gesto torcido por la espera. De pronto, el portón del fondo se abrió y entró otra figura envuelta en una capa empapada por la tormenta. Cuando se despojó de ella, una figura nació del interior. Una mujer vestida de forma extravagante y colorida, pero con una mirada tibia, amarillenta y venenosa. Lentamente fue a sentarse a la derecha del señor Desastre, ella, la señora Caótica. Otra figura nació de las sombras, sin que el portón, por lo que vieron los otros dos, se moviera. El señor Furia, normal a simple vista, mortífero en la oscuridad.

No pronunciaron palabra. El gesto del señor Desastre se contagió al señor Furia, pero no a la señora caótica, que seguía impasible observándolo todo sin perder detalle. El fuego ardía, la noche lloraba y puerta volvía abrirse para dejar paso a la señora Oscura. Vestía túnica negra y llevaba una capucha cuya sombra sólo dejaba ver sus labios pintados de negro. Oscura, la estrella que engulle a las demás, lentamente, pero sin rodeos. Fue a sentarse en frente del señor Furia, respetando el sitio a la derecha del señor Desastre, que empezaba a moverse incómodo en su asiento. Y mientras más se movía, más fuerte rugía la noche al otro lado de las altas y estrechas ventanas. Momentos después llegó la señora de Acero. Vestía como un guerrero pero en su cara no había signos de violencia. Pero no se podía decir lo mismo de sus manos.

Por fin, el último de todos, el que debía llegar antes que nadie, apareció y se sentó torpemente a la izquierda del señor desastre. Era el señor Artesano, el único que despuntaba en una reunión de mortíferos, el único que siendo normal, era distinto.

Pero otra persona había sido invitada esa noche, la señora Tristeza, la nueva, la inocente y talentosa señora Tristeza, vestida de forma normal, como las personas normales, quiero decir. Tímida y pequeña se sentó junto a la señora de Acero.

Entonces dio comienzo la reunión

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