9.12.11

La musa del caos.


Ya no quedaba más. Nada más que la botella vacía de whisky sobre la barra y colillas en el cenicero. Minutos, horas, días había perdido y destripado. Joder, y estrujado como un buen zumo. Y bebidos como un buen licor.

Siempre me rondaban las ideas, solía quedarme despierto hasta tarde tan sólo pensando frente a una cerveza. Desatascando mi mente se me pegaban moscardones, personas que, en su infinita bondad, preferiría que me dejaran tranquilo. Siempre hay quien piensa que debe darte consejo, que debe ayudarte y guiarte por la senda de la vida, siempre hay quien te pide favores, siempre hay quien te mira deseando que le preguntes "¿cómo estás?", pero tú no quieres preguntar.

Un día se abrió la puerta. Una dama blanca, una diminuta llama, un ápice de aliento seductor, entró. Tenía la mirada con la combinación exacta de locura, pasión y arte. Su mente era un manantial y su cuerpo un templo. 

Siempre la veía, siempre sentía su calor, sus susurros. Pasaron muchas mujeres, pasó mucho tiempo, muchos sufrimientos, heridas, enfermedades, muertes. Pasaron vidas como la sangre pasa por el corazón. Pasaron instantes hermosos en los que se desvanecieron palabras, pensamientos y almas. 

Perdemos el tiempo evadiéndonos en pensamientos tan asombrosos como escurridizos que obviamente olvidamos antes de despertar y, sin embargo, no nos atrevemos a intentar pasar el mejor tiempo de nuestras vidas.

Siempre seguirá en el humo, en la música, en el whisky. Y yo siempre la saborearé a cada sorbo. A cada calada.


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