4.2.12

Capítulo 1.



Diario de Nick Anderson


27 de Agosto del Año 2 tras el accidente




Hoy he perdido el caballo. Ha muerto y no puedo sacarme su imagen de la cabeza. En el desierto, donde ya no queda nada, hay una sombra, una bestia que nos acecha.


Es otra de sus creaciones. Autoproclamados dioses que lo único que hacen es destrozar el alma de todo ser vivo y fusionar sus restos con sus perfectas máquinas antes de que la carne se pudra.


Cabalgaba al amanecer, buscando un pueblo cercano donde refugiarme cuando el sol alcanzase el nivel de seguridad naranja. Encontré un pequeño pueblo desolado, no había vida en muchos kilómetros a la redonda, y decidí buscar un buen lugar para descansar. 


Encontré un hostal. Tenía salón grande en la planta baja, buen whisky en el bar y varias habitaciones en la superior. Entré y no encontré señales de que nada ni nadie hubiese pasado por ahí en bastante tiempo. Despejé el salón para el caballo, bloqueé la puerta y las ventanas y me subí a descansar.


Con el primer golpe en la puerta me desperté. Algo o alguien estaba arremetiendo contra la puerta de abajo y el caballo se asustó. Con cuidado me asomé por la ventana, vigilando los ángulos muertos y saqué el rifle. 


Otra aberración de sus divinidades. Destrozando la belleza para "mejorar" la naturaleza. Un enorme toro negro se erguía frente al hostal. Un enorme toro con ojos de máquina. Un toro cuyas extremidades eran las de un oso. Desalmadas máquinas, laboratorios que destripan, diseccionan, unen y rellenan animales y personas como si fuesen muñecos. 


El caballo relinchaba y yo apuntaba a la cabeza de aquella bestia. Primer disparo fallido, ¡joder! El toro volvió a arremeter contra la puerta con la fuerza de un camión y la destrozó. Yo me dirigí a las escaleras y apunté al fondo. Oía al caballo sufrir y la sangre salpicó a los escalones. Aquella máquina habló. "Es usted el último. Nos agradaría que se entregase vivo, pero si no obedece nos veremos obligados a eliminarle." Putas máquinas. Sólo quieren ponerme nervioso. No puedo ser el último. 


El toro se acercó lentamente a la escalera y un ojo rojo conectado a una especie de antena asomó al fondo. Me escondí rápido, pero no pude evitarlo. "Lance el rifle aquí o creeremos que es usted ofensivo." 


En cuantro grité "¡No!" me giré hacia la escalera, el toro ya había subido casi la mitad sin que lo oyese, pero esta vez no fallé. 


He tenido que huir, vendrán más como ese. Tuve suerte de que hubiese una moto en la gasolinera que aún tiene gasolina. El resto de vehículos estaban vacíos. He encontrado algunas bolsas de patatas y conservas. No sé hasta dónde llegaré con la gasolina que tengo, pero tengo que salir ya. 



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