Me giré para pagarle a la camarera y allí estaba. Ella se acercó a saludarme (siempre saludaba). Con un leve gesto se apartó el flequillo de la cara, suave, deslizando el castaño cabello por su mejilla y mostrando que el único maquillaje que llevaba eran sus enormes y marrones ojos perfilados, con los que atrapó a mi consciente y en su lugar dejó a un pelele balbuceante. Empezó a contarme algo, pero yo no podía contestarle, no salían de mí las palabras, esa pequeña hija de puta me había dejado mudo con tan sólo mirarme. "¡Vamos hombre!" me decía a mí mismo, "eres capaz de hablar horas seguidas sobre revolución, música, la vida, la filosofía, las elecciones y mil mierdas más ¿te ha mordido la lengua el gato?". Me la había mordido, arrancado y tirado al váter.
El bar comenzó a llenarse, charlamos un poco más y cada uno seguimos nuestro camino. Yo, entre trago y trago, baño y futbolín, siempre soltaba alguna mirada fugaz desde arriba, buscándola. De vez en cuando la encontraba y recibía una sonrisa en respuesta, lo cual dibujaba una estúpida sonrisa en mí también. Luego su mirada fue la que me encontró, y con la mano me indicó que se marchaba. Yo le volví a sonreír, asimilando una vez más que no tenía cojones de saltar al vacío.
Yo terminaría en la cama de alguna desesperada chica repintada que pensó que yo era el "mal menor" aquella noche y que me susurró algo al oído con sus labios rojos. Pero no eran esos labios lo que pasaba por mi mente mientras rodeaban mi poya, era aquella mirada, aquél palpitar. No buscaba el fetiche, buscaba la esencia, así que me largué a media mamada.
Cuando empiezas a matar gente?
ResponderEliminarEn un par de días, ¿te apuntas?
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