7.11.13

Wallace contra todos

Por favor, que alguien salve a Robert Wallace. Frente al reventado asiento del pasillo 17 se encuentra la única máquina tragaperras del modelo REY-17. La peculiaridad de este modelo es que tiene una estructura  fácilmente puenteable. Las máquinas modernas incorporan dispositivos de seguridad imposibles de forzar, pero las REY-17 fueron producidas con una gran tara de fábrica y fueron retiradas rápidamente de actividad... casi todas.

Guillermo Suárez, encargado de la supervisión del local. Un tipo listo, con visión de futuro. Nada de esto podría haber sucedido sin él. La única manera de forzar una máquina REY-17 es encontrando un casino lo suficientemente desfasado como para que la tenga, lo que a la larga no aporta muchos beneficios. No se encuentra este modelo en casino Silver, el casino en que Suárez vela por la seguridad; a no ser que la máquina la traigas tú.

Frederic Olly, el tipo que lo sabe todo. No es un tipo agradable, ni simpático, y la mayor parte del tiempo se lo pasa soltando chistes malos al aire con las esperanza de que algún alma caritativa los recoja. Pero controla el mercado negro, las cosas como son. El tipo siempre tiene un primo que tiene un vecino que tiene un cuñado. No hay problema.

Oliver Sax, el terror digital. Puede hackear cualquier cosa, puede sabotear sistemas de energía, puede abrir cualquier puerta que sea electrónica, puede saber que, por ejemplo, no te gusta el yogur de trocitos porque te carraspea en la garganta y te produce reflejos de náuseas. No es fácil de encontrar, de hecho, es prácticamente imposible, a no ser que lo conozcas de toda la vida.

Bruce Malone, la materia prima. Este tipo tiene unos brazos de pura fibra y grasa, yo lo llamo el Oso Panda, aunque a él no le gusta. Mide más de dos metros, lo que junto a su pequeña cabeza y sus extremidades atronadoras contrasta con el blanco de su piel. Lo de panda es por las ojeras y por la cantidad de comida que come.

¿Que quién era Wallace? Wallace era la materia gris, un tipo tan listo que tramó un plan a largo plazo sirviéndose de los servicios de una grupo de gente escogida minuciosamente. La maestría consiste en que ellos no se conozcan entre sí. Todo era redondo, todo estaba medido, pero el día planeado para el puenteo la cosa se torció. En algún proceso la cadena había fallado, y el dinero que durante diez años se estuvo acumulando en la máquina modelo REY-17 había sido sacado días antes. Descartó la posibilidad de que fuera alguien externo a su equipo, ya que se había preocupado en camuflar la apariencia con la de un modelo más actual.

Fue directo al bar donde esperó tomando una copa sin perder de vista la máquina. Un par de horas y muchas conversaciones triviales después se dio cuenta del tipo tan extraño que estaba sentado en ella. Después de jugar unas cincuenta veces se retiró resignado. Pero cuando se alejaba dejaba entrever algo extraño, como una especie de cojera. Al principio, Wallace no le dio importancia, pero cuando se fijó mejor se percató de que, debajo del abrigo largo, llevaba una bolsa cargada a rebosar. Pero cuando se decidió a perseguirlo ya era tarde.

Y de pronto lo sintió. Como un movimiento en la sala abarrotada, sinuoso, sutil, imperceptible. Un par de miradas de soslayo le bastaron para comprender la situación. Al principio pensó en huir, pero entendió que de poco la valdría. 

La cantidad de pruebas aportadas por el el fiscal delataba una intervención masiva sobre su persona. Eran demasiadas como para haberlas cometido todas juntas, eran demasiadas par haberlas cometido él. Huellas, grabaciones, testimonios. Cada prueba era más devastadora que la anterior a la hora de poner en evidencia su plan. Parecía como si su plan fuera parte de otro superior, más perfecto, más complejo, invisible. De pronto, Robert Wallace se vio a sí mismo aplastado por su propio ego y soberbia.


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