Cada cierto tiempo tengo que repasarme mi nombre,
mi piel y el trasiego que le meto a mi vida
hacen que se me vea el niño y se me difumine el hombre.
Por eso soy precavido, he aprendido, y aviso a mis
caballeros
antes de que se me borre. Hago llamar a mi mesa
a los furtivos, los ladrones y a los que tienen
la cara del señor de los mil señores; y vienen.
Allí bebemos y hablamos sobre nuestros puñales, los
druidas
nos transforman en monos, lobos y búhos, y compartimos
con nuestros comensales todo lo que vemos con los ojos
cerrados
y el alma abierta de par en par; de las rocas en los
riscos .
Nos miramos y escuchamos, hablamos y despertamos,
y con las espadas y palos volvemos a nuestros huertos,
de momentos tan humanos, hechos de hormigón y de
ladrillo.
Caemos y cabalgamos, y confiamos en la mano del que ya ha
llegado,
levantamos al caído y mientras vas delante esquivas las
piedras
que se le caen a tus amigos, pues para cruzar el monte de
los días
hay que entender que cada uno tiene su momento de torpe y
de guía.
Así al llegar a casa vuelvo a esta vida, llena de
caballeros y amigos,
de ladrones y furtivos, y recuerdo los recuerdos de lo
que hubo sucedido,
de los que son, lo han sido y los que pudieron haber
sido.
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