Divaguemos
pues
si la
cabeza está hecha para
acechar
ideas entre
la maleza
de las distracciones,
tomemos
escalas menores
y contemos
historias a escondidas
sin que
ellos nos oigan,
inventemos
cuentos desafinados
de veranos
susceptibles a
susurros
de gatos
callejeros a la orilla
del río
de miradas
más grandes
que
cualquier beso a medianoche,
improvisemos
odas a la vida
y las
estrellas ahora
que no hay
destino que alcanzar
ni hogar al
que volver,
que me
quedo aquí en el
nido de las
zarigüeyas
a rodar
entre la paja
y mirar al
sol
cara a
cara,
a ver si es
verdad lo que dicen,
si el cielo
existe
debe estar
a esta altura
entre las
aguas
de mi
tierra y tu alfombra,
pero no hay
nada aquí más que
una
trompeta ridículamente enfadada
con el
viento
y un relato
en blanco
escrito del
revés,
y el
platillo cimbrea como
echándome
la culpa
y le quito
la pulpa al zumo
y lo vuelvo
a servir
y lo
vuelven a devolver porque no tiene azúcar
“y si me
meo en su corbata caballero
tal vez
comprenda usted porqué estoy tan cansado
de este
olor a pis en tanta gente
fotocopiada
que cuando
hueles a vainilla, a jazmín o a lavanda
parece que
el pecho se ablanda
y el
alquitrán se filtra del pulmón al corazón
haciéndole
acelerar,
aunque si
le molesta la idea
me la puedo
volver a guardar
en los
pantalones”
¡Ay,
prima!
Y los años
pasan
y a la
vejez viruelas
y a las
mangas largas
alas verdes
para subir por encima
del nublao
y ver
por fin
al sol cara
a cara
a ver a qué
huele
y en qué
tipo de historias divaga.
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