11.12.11

Los dioses nos castigan con la inteligencia

Ese momento de lucidez en que pareces haber tocado el éter cuando nace una idea, es un castigo divino. Así es, todas esas cosas ingeniosas, las ideas brillantes, el sarcasmo. El humor inteligente, la fórmula de la relatividad, el sfumato, el 3D. La comunicación política y la pasteurización de la leche. La polea y el derecho civil. Todas esas cosas son un castigo de los dioses. Porque los dioses tienen esa sabiduría que nosotros obviamos, y como sabios infinitos que son, saben que lo mejor es no saber nada. Sí amigos, el primer monohombre que hizo fuego era un sacrílego, el primero que talló una piedra era un pagano y el primero que se puso de pié es la encarnación del pecado original. Pero en su sabiduría cabe la benevolencia y nos siembran el camino de tentaciones que nosotros, como iluminados, repudiamos. Nosotros, los guardianes de la paz, los protectores del débil, los amates fieles, los Super-ego.
Nosotros que creímos salir de la cueva de Platón no hemos hecho sino entrar en otra más profunda. Pero no todas las cuevas son oscuras para el que tiene los ojos cegados con su propia luz.
Aunque la voluntad de los dioses no se tuerce con facilidad, y a menudo caemos en nuestra propia trampa, y pecamos. Así lo llamamos, pecado. El pecado de una religión en que nosotros, minúsculos todopoderosos, representamos el hijo, el padre, el espíritu santo, la virgen y la puta que nos parió a todos.
Pero es ese pecado el que hace que sudemos, que salivemos, que perdamos el control. Dejamos de estar seguros, dejamos de ser dioses, dejan de importarnos las cosas.
La inteligencia, la peor de las pestes desatada por la caja de Pandora.
¿Cómo podría no serlo, negando como niega la libertad?

1 comentario:

  1. Una sensación asumida... la de salir de la caverna y entrar en otra cegada por mi propia luz. Y da miedo, y produce frustración. Y a veces preferimos no pensar.. pero sí, es un castigo porque no podemos escapar de ello. Es imposible escapar de la incógnita y el deseo de desvelarla, y a veces causa un placer tan increible, que quizá me guste ser castigada. Otras veces creo que no, que no merece la pena y prefiero ser más animal de lo que ya es el humano. Y sudar. Salivar

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